Aquí, tratando de retirar los últimos pesos que me quedan en la cuenta de ahorros, porque de corriente; voy al río y la veo pasar. Y mientras cumplo con hacer fila, esto transcurre como en las escenas de un velatorio, en alguna novela cuadriculada. Esas, donde la suegra planifica como dejar a la viuda (yerna)en la calle. O el galán que espera su turno de pésame para empezar a echarle los perros, y de obvio, pensando también dejarla en la calle. O mejor aún, los cachones que esperan un descuido de sus parejas para ir a la cocina a echarse un polvito.
¡Detente men! Después tratas este tema de la cotidianidad legal, vuelve a lo tuyo, ocúpate de tu maldita mediocridad.
Si, llega una mujer con aspecto de afán -claro nunca planifica su vida-, se le olvidó hace días pagar uno de sus derechos y ya le cortaron los servicios médicos -que se muera su mamá, su hijo, su marido, ¡qué le importa esa baina al Ministro de salud! -¡Hey dejen pasar a la señora para que pague! -Grita alguien solidario-, ¡maldita sea! Otro turno que se me vuela.
Llega un señor muy estirado, que por tener en todos sus haberes unos veite mil dólares, se cree muy adinerado; está de afán y quiere que lo atiendan primero -¡dejen pasar a don tal! -grita un baboso raspa chaqueta, cree que el viejo tiene mucho billete y que luego lo recompensará por ser tan generoso- ¡qué billete va a tener! Si es un pobretón igual que yo, sólo que sus chiros son mejores. ¡Puta madre este turno no lo dejo volar, que haga fila! ¡Ni que fuera el presidente!
Y mientras mi iPod salta de Jimi Hendrix a Dj Krush o de Wormed a B.B. King; disfruto con el cotorreo de las comadres que están delante de mí; rajan del prójimo sin ninguna censura, sin pelos en la lengua y lo peor de todo es que una de ellas no sabe que su hija es una prepago y que ayer me la comí -hasta barato el polvo-.
Y el setentón que está tres cuerpos detrás, él que se alimenta con caldo de verga de toro, para no tener que comprar viagra -según él-, él guarda mucha compostura de decencia, pero en los adentro de sus lentes oscuros brillan sus mas oscuros deseos por las téticas de esa quinceañera que a su lado está, - voy a ponerme los lentes para ver si esta baina cambia-.
El maldito iPod nunca encontró a Mozart ni a Pavarotti y ya casi llegando a la ventanilla para que me atendieran; recordé que había dejado mi documento de identidad... -ay, ay puto de mierda!, otro desorganizado, con afán, chismoso y hasta maricón será.